Ricardo Pascoe Pierce
No hay que olvidar que la crisis de 1929 trajo una enorme fuente de energía creadora en toda América Latina. El retiro de algunos capitales extranjeros de la región abrió las puertas al modelo de la sustitución de importaciones. Capitales nacionales, en concordancia con pactos sociolaborales acordados con las grandes centrales obreras de Chile, México, Argentina, Perú y Brasil, empezaron a desarrollar empresas de bienes de consumo, tanto intermedios como duraderos, ante el “abandono” de los productores y comercializadores foráneos.
Ante la crisis en sus países de origen, esos capitales, en inversión directa o indirecta, tendieron a regresar a su base natal.
Hoy presenciamos un fenómeno parecido, aunque con características diferentes. Algunos capitales se van o deciden reducir su presencia en nuestra región. Pero otros deciden quedarse, pues apuestan a que sus inversiones serán más rentables aquí que en su región de origen. En cierto modo, se “nacionalizan” al apostar a su rentabilidad local sobre la global. Ese “interés” debe ser aprovechado al máximo.
Un Estado que sabe lo que quiere está en condiciones para renegociar los términos de la estancia de empresas transnacionales. Esto es importante hoy pues, de ganar Obama la Presidencia de EU, está comprometido a renegociar el TLC con México, cosa que no nos va a beneficiar ni a los migrantes mexicanos allá.
Es momento de reorientar la economía nacional hacia una mayor diversificación de nuestros mercados, hacia Asia, América Latina y Europa, y romper con nuestra dependencia de la economía de EU. Pero también es momento de recrear las bases de la economía, generando condiciones para una prosperidad que alcance para todos, con base en un nuevo pacto social incluyente. Un audaz pacto laboral que flexibilice las condiciones de empleo y contratación junto con un seguro universal de desempleo y recapacitación, una verdadera revolución educativa y una masiva inversión en la investigación científica y tecnológica. Estas serían las condiciones internas básicas para lanzar la economía mexicana a un nuevo paradigma.
En vez de lamentar la crisis mundial, podemos aprender del pasado para superarla. La nacionalización del petróleo y la creación del IPN, junto con el Seguro Social, son símbolos de lo que nos permitió la crisis del 29: sentar nuevas bases del desarrollo nacional. Hoy, a pesar de la incertidumbre, estamos ante condiciones parecidas y con una ventana de oportunidades que no debiera desperdiciarse.
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